¿Retorno a la "normalidad" o más resilencia?: Ninguna de las dos por favor (I)


"¿Podría decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí? Preguntó Alicia-
Eso depende mucho de hacia dónde quieras salir -respondió el Gato.”
Alicia en el país de las maravillas


Esta semana que termina en nuestro país también lo hace la primera temporada de la cuarentena impuesta como resultado de la pandemia de coronavirus. Y digo “primera temporada” no solo porque ya sabemos que habrá una segunda, sino pensando en que toda indica que vendrán otras más.

Y es que adicional al tema epidemiológico propiamente -que pese a mantenerse aplanada la curva de contagio el riesgo, en cuanto tal, no ha desaparecido ni desaparecerá en el corto plazo- la suspensión del año escolar bajo su modalidad presencial, tanto como el racionamiento de la gasoliana, así lo dan a entender.

Es decir: suponiendo que la curva de contagio se mantenga aplanada y lo epidemiológico bajo control, estamos clarxs que, con niños y niñas viendo clases en las casas, cualquier normalidad laboral sería muy relativa.

Pero incluso, imaginemos por un instante que el virus desaparece o se controla definitivamente. Pues, si lo que se dice de la escasez de gasolina es cierto (que no hay porque el bloqueo no deja entrar los aditivos para elaborarla) al menos que se haga una importación masiva que bypasee el bloqueo entonces no podrían arrancar las actividades, pues, simple y llanamente, no hay combustible para que todo el mundo se mueva al mismo tiempo.

(Esto por no hablar de los barcos y aviones “antidrogas” dando vueltas por el Caribe, que es un beta de otra envergadura. Hagamos de cuenta que se quedan allí y “solo” nos bloquean pero no nos invaden).

Ahora, hablando en serio, a la ansiedad que a los venezolanos y venezolanas nos generá el deseo de volver a la normalidad, deberíamos contraponer la pregunta mucho más básica de a cuál normalidad exactamente queremos regresar. Y es que si nos ponemos a ver lo que estamos viviendo a partir de la cuarentena, para nosotrxs venezolanxs de a pie, en sentido estricto, se diferencia de los tiempos pre-cuarentena en que no podemos salir de casa por el temor a contagiarnos del virus.

De allí en adelante, todo lo demás se parece igualito solo que más intenso. Y también extenso, en el sentido que la precariedad es más sofocantes para quienes venían arrastrandola, pero también involucra -poco más poco menos- a quienes habían logrado librarse o salir de ella.

Es decir, visto en perspectiva, la crisis epidemiológica que estalló en marzo y de la cual estamos ya padeciendo sus secuelas económicas, en sentido estricto, no nos ha sacado de la normalidad: normalidad ya no teníamos. Lo que ha logrado es ponernos en un nivel de anormalidad superior al que traíamos, desde que en 2013 estallara el agujero negro de conflictividad política, contracción económica, precariedad social e inestabilidad generalizada con la cual nos encontró el covid-19.

Venezolanxs: curados de espanto.
Esto es en parte lo que explica por qué los venezolanos y venezolanas parecemos vacunados ante tantas de las cosas que ahora angustian al resto del mundo, en especial el “primero”. Y es que, después de todo, ¿qué puede significar para nosotros a estas alturas de la vida que de repente no haya papel tualet y que el que queda se lo peleen en los supermercados? ¿O que no se encuentre comida en los supermercados, se pueda sacar dinero en efectivo de los bancos o los precios se disparen tanto que da lo mismo que haya o no productos pues igual no podemos comprarlos? ¿No es exactamente eso lo que hemos estado viviendo la mayoría desde 2013 para acá?

Desde el punto de vista macroeconómico, las alarmas internacionales están prendidas frente a la posibilidad de que la economía mundial no crezca este año o incluso se contraiga. Si fuese este último el caso, las proyecciones más catastrofistas hablan de una contraccion global en torno al -3%, con posibilidades de empezar a recuperarse tan lejos como en el segundo semestre de 2021. Y de volver al nivel pre-crisis tan tarde como en el primero de 2022.

Pues bien, para que nos hagamos una idea, esa contracción catastrófica cuya probabilidad tiene en vilo a todos los noticieros globales y con los pelos de punta a todos los mercados ídem, es tres veces menor a la que se esperaba para nuestro país en este 2020 en el escenario más “optimista” antes de que apareciera coronavirus...

Es decir: el mundo está temblando ante la posibilidad muy real de una crisis económica cuyo impacto negativo es tres veces menor al esperado para nuestro país para este 2020, eso en el escenario “optimista” pre-coronavirus, que obviamente, ya no es el que tenemos.

¿Recuerdan cuando a finales del año pasado unos cuantos comenzaron a hablar de recuperación económica para 2020 gracias a la burbuja del consumo dolarizado? Pues bueno, hacían referencia a esta contracción de -10%, que a ellos le parecía digna de celebrar cuando la comparaban con las estimaciones de -20% o -25%, que es lo que se debe haber contraído el PIB venezolano en 2019 (no lo sabemos aún pues el BCV no ha publicado las cifras).

¿Es esa la normalidad a la cual queremos regresar?

Contra la naturalización de la intemperie
A mi modo de ver, pues, el problema principal que enfrentamos venezolanas y venezolanos en este momento no es cuándo volveremos a la normalidad. Con todo respeto, eso es un falso problema. Y quienes estén pegados en él es porque no ha entendido nada, por más legítima que sea la pregunta.

Al ritmo que neutralizamos la pandemia, lo que deberiamos intentar responder y resolver es cómo no caer en la tentación de normalizar esta nueva anormalidad, como ya lo hicimos con la que arrastrábamos antes de la aparición del Covid-19. No naturalizar éste estar a la intemperie ni hacer apología del pasar roncha, que es el extremo al que han llegado algunxs apologistas que, por cierto, en su mayoría no la pasan. Si se quiere, y para decirlo en jerga de los tiempos, debemos ser menos adapativxs para ser más activxs. No es resilencia lo que necesitamos en este momento: es capacidad de transformación. Me explico.

La resilencia: hacer vicio de una virtud
El espíritu coaching que caracteriza estos tiempos elevó la resilencia al pedestal de una virtud. Y de hecho lo es. No está mal sacar provecho a las situaciones adversas, en la media posible ver el vaso medio lleno, etc. No obstante, hizo de ella también un vicio: el de hacernos normalizar cosas y situaciones que no lo son. Convirtió la resilencia en otra forma de la resignación, que en buena medida es lo que permite que las cosas esté llegando al punto que están llegando en el planeta entero y aquí en nuestro pedacito.

La fabula de la rana hervida, que he usado en otros momentos, expone esta situación bastante bien: si a una rana la sumergimos de repente en agua caliente salta del recipiente porque no lo tolera. Pero si la metemos en uno a temperatura ambiente y vamos poco a poco calentándo el agua, se va adaptando termodinámicamente al punto que de tanto hacerlo deja de sentir, el ague hierve y se cocina incapaz de saltar. Moraleja: la resilencia -esa capacidad de adaptarse a lo que hace mal- terminó matándola.

En este sentido, mi hipótesis es que la resilencia colectiva a que que nos hemos visto forzados lxs venezolanxs en los últimos años dada la insensatez de unos y la indolencia de otros, ha tenido sus virtudes: ayudarnos a sobrevivir y, sin saberlo, de entrenamiento para lo que ahora estamos enfrentando. 

Pero también un peligroso vicio: el de anestesiarnos o no hacernos tomar en serio que, como a la rana, sino reaccionamos podemos terminar cocidos o en tal situación de que recuperarnos ya no nos será posible.

El correlato económico de esta resilencia colectiva es un país a la deriva: cada vez más pobre, cada más estrecho, cada vez más desigual, en las que todxs nos las arreglamos como podemos. Uno donde el que el PIB caiga -10% es una noticia buena. O en el que zonas enteras lo noticioso no es que se vaya la luz si no que venga, lo mismo que el agua, el gas doméstico, la telefonía e internet. Un país con las reservas más grandes de petróleo pero sin capacidad de sacarlas (luego de tener más de cien años haciendo exctamente eso), con la segunda refieria más grande del mundo pero sin gasolina, que tampoco hay porque unos psicópatas indolentes entregaron CITGO a un país hostil.

Hasta es normal que se nos caigan los satélites y no pase nada, ni siquiera asombre, escandalice o sea merecedor de una explicacion de parte de los responsables. O que en nuestros adentros sepamos que lo de ver clases por internet es una idea muy buena y hasta necesaria pero impráctica para la gran mayoría, pues si no es internet el que no hay es la electricidad la que falta.
Y así una larga lista.

¿Puede abrir la cuarentena las grandes
alamedas?
Desde luego, la pregunta del millón es si podemos hacer otra cosa distinta a ser resilentes, en especial ahora que buena parte de nosotrxs ni siquiera podemos salir de casa. Estoy convencido de que sí, lo que no significa que sepa cómo. Y en buena parte toda esta perorata es como una reflexión en voz alta buscando darle respuesta a ese no saber.

A propósito de eso, por estos días leí un artículo de Zizek que planteaba que todo lo que está ocurriendo abre la posibilidad de un comunismo global, pues la humanidad está puesta en una situación donde debe decidir entre eso o la barbarie. La parte del comunismo no me convence. Pero de todos modos debe ser algo muy parecido, pues si no ciertamente la barbarie -que está a la vuelta de la esquina- se lo llevará todo.

Reza un conocido clisé que las crisis son oportunidades si se saben aprovechar. Eso no es cierto siempre. Pero a veces si. Mi amigo Luis Gavazut dice que la actual crisis es tan brava que obligará al gobierno a actuar en lo económico como lo ha hecho en lo epidemiológico. Y entonces tal vez habría que gritar maoistamente “bendita crisis”. No lo sé Rick. No estamos hablando de Lenin, Fidel o Chávez, sino de unos maestros de la dilación y los equilibrios precarios. De verdad, espero que así sea. Pero como estoy casi seguro de que no, es mejor actuar en consecuencia con lo que tenemos.

Y lo que tenemos es a nosotrxs mismos, no como individuos sino como colectivo. Y en esa medida, al distanciamiento social forzado por las circunstancias epidemiológicas debemos contraponerle un acercamiento militante.

Si somos conscientes de eso y del hecho más complejo de que nada de lo que viene augura mejores tiempos habremos avanzado. Esto no significa que estemos por abrir las grandes alamedas, pero si al menos algunas callecitas para avanzar en una dirección de las cosas más sostenibles, menos egoista y suicida. Necesitamos torcer el rumbo de las cosas. Y necesitamos hacerlo ya y juntxs. Incluso viéndolo desde una posición egoista, es decir, incluso si a uno lo que le interesa es uno mismo, debemos converncernos lo más racional en la actual coyuntura es ser solidarix y colaborativx, porque en el salvarnos todos está la posibilidad de salvarnos cada unx.


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