¿Retorno a la "normalidad" o más resilencia?: Ninguna de las dos por favor (I)
"¿Podría
decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?
Preguntó Alicia-
Eso
depende mucho de hacia dónde quieras salir -respondió el Gato.”
Alicia
en el país de las maravillas
Y
es que adicional al tema epidemiológico propiamente -que pese a
mantenerse aplanada la curva de contagio el riesgo, en cuanto tal, no ha desaparecido
ni desaparecerá en el corto plazo- la suspensión del año escolar
bajo su modalidad presencial, tanto como el racionamiento de la
gasoliana, así lo dan a entender.
Es
decir: suponiendo que la curva de contagio se mantenga aplanada y lo
epidemiológico bajo control, estamos clarxs que, con niños
y niñas viendo clases en las casas, cualquier normalidad laboral
sería muy relativa.
Pero
incluso, imaginemos por un instante que el virus desaparece o se
controla definitivamente. Pues, si lo que se dice de la escasez de
gasolina es cierto (que no hay porque el bloqueo no deja entrar los
aditivos para elaborarla) al menos que se haga una importación masiva que bypasee el bloqueo entonces no podrían arrancar las
actividades, pues, simple y llanamente, no hay combustible para que
todo el mundo se mueva al mismo tiempo.
(Esto
por no hablar de los barcos y aviones “antidrogas” dando vueltas
por el Caribe, que es un beta de otra envergadura. Hagamos de cuenta
que se quedan allí y “solo” nos bloquean pero no nos invaden).
Ahora,
hablando en serio, a la ansiedad que a los venezolanos y venezolanas
nos generá el deseo de volver a la normalidad, deberíamos
contraponer la pregunta mucho más básica de a cuál normalidad
exactamente queremos regresar. Y es que si nos ponemos a ver lo que
estamos viviendo a partir de la cuarentena, para nosotrxs venezolanxs de a pie, en sentido estricto, se diferencia de los
tiempos pre-cuarentena en que no podemos salir de casa por el temor a
contagiarnos del virus.
De
allí en adelante, todo lo demás se parece igualito solo que más
intenso. Y también extenso, en el sentido que la precariedad es más
sofocantes para quienes venían arrastrandola, pero también
involucra -poco más poco menos- a quienes habían logrado librarse o
salir de ella.
Es
decir, visto en perspectiva, la crisis epidemiológica que estalló
en marzo y de la cual estamos ya padeciendo sus secuelas económicas,
en sentido estricto, no nos ha sacado de la normalidad: normalidad
ya no teníamos.
Lo que ha logrado es ponernos en un nivel de anormalidad superior al
que traíamos, desde que en 2013 estallara el agujero negro de
conflictividad política, contracción económica, precariedad social
e inestabilidad generalizada con la cual nos encontró el covid-19.
Venezolanxs:
curados de espanto.
Esto
es en parte lo que explica por qué los venezolanos y venezolanas
parecemos vacunados ante tantas de las cosas que ahora angustian al
resto del mundo, en especial el “primero”. Y es que, después de
todo, ¿qué puede significar para nosotros a estas alturas de la
vida que de repente no haya papel tualet y que el que queda se lo
peleen en los supermercados? ¿O que no se encuentre comida en los
supermercados, se pueda sacar dinero en efectivo de los bancos o los
precios se disparen tanto que da lo mismo que haya o no productos
pues igual no podemos comprarlos? ¿No es exactamente eso lo que
hemos estado viviendo la mayoría desde 2013 para acá?
Desde
el punto de vista macroeconómico, las alarmas internacionales están
prendidas frente a la posibilidad de que la economía mundial no
crezca este año o incluso se contraiga. Si fuese este último el
caso, las proyecciones más catastrofistas hablan de una contraccion
global en torno al -3%, con posibilidades de empezar a recuperarse
tan lejos como en el segundo semestre de 2021. Y de volver al nivel
pre-crisis tan tarde como en el primero de 2022.
Pues
bien, para que nos hagamos una idea, esa contracción catastrófica
cuya probabilidad tiene en vilo a todos los noticieros globales y con
los pelos de punta a todos los mercados ídem, es tres veces menor a
la que se esperaba para nuestro país en este 2020 en el escenario
más “optimista” antes de que apareciera coronavirus...
Es
decir: el mundo está temblando ante la posibilidad muy real de una
crisis económica cuyo impacto negativo es tres veces menor al
esperado para nuestro país para este 2020, eso en el escenario
“optimista” pre-coronavirus, que obviamente, ya no es el que
tenemos.
¿Recuerdan
cuando a finales del año pasado unos cuantos comenzaron a hablar de
recuperación económica para 2020 gracias a la burbuja del consumo
dolarizado? Pues bueno, hacían referencia a esta contracción de
-10%, que a ellos le parecía digna de celebrar cuando la comparaban
con las estimaciones de -20% o -25%, que es lo que se debe haber
contraído el PIB venezolano en 2019 (no lo sabemos aún pues el BCV
no ha publicado las cifras).
¿Es
esa la normalidad a la cual queremos regresar?
A
mi modo de ver, pues, el problema principal que enfrentamos
venezolanas y venezolanos en este momento no es cuándo volveremos a
la normalidad. Con todo respeto, eso es un falso problema. Y quienes
estén pegados en él es porque no ha entendido nada, por más
legítima que sea la pregunta.
Al
ritmo que neutralizamos la pandemia, lo que deberiamos intentar
responder y resolver es cómo no caer en la tentación de normalizar
esta nueva anormalidad, como ya lo hicimos con la que arrastrábamos
antes de la aparición del Covid-19. No naturalizar éste estar a la
intemperie ni hacer apología del pasar roncha, que es el extremo al
que han llegado algunxs apologistas que, por cierto, en su mayoría
no la pasan. Si se quiere, y para decirlo en jerga de los tiempos,
debemos ser menos adapativxs para ser más activxs. No es resilencia
lo que necesitamos en este momento: es capacidad de transformación.
Me explico.
La
resilencia: hacer vicio de una virtud
El
espíritu coaching que caracteriza estos tiempos elevó la
resilencia al pedestal de una virtud. Y de hecho lo es. No está mal
sacar provecho a las situaciones adversas, en la media posible ver el
vaso medio lleno, etc. No obstante, hizo de ella también un
vicio: el
de hacernos normalizar cosas y situaciones que no lo son. Convirtió la resilencia en otra forma de la resignación, que en
buena medida es lo que permite que las cosas esté llegando al punto
que están llegando en el planeta entero y aquí en nuestro
pedacito.
La
fabula de la rana hervida, que he usado en otros momentos, expone
esta situación bastante bien: si a una rana la sumergimos de repente
en agua caliente salta del recipiente porque no lo tolera. Pero si la
metemos en uno a temperatura ambiente y vamos poco a poco calentándo
el agua, se va adaptando termodinámicamente al punto que de tanto
hacerlo deja de sentir, el ague hierve y se cocina incapaz de
saltar. Moraleja: la resilencia -esa capacidad de adaptarse a lo que
hace mal- terminó matándola.
En
este sentido, mi hipótesis es que la resilencia colectiva a que que
nos hemos visto forzados lxs venezolanxs en los últimos años dada
la insensatez de unos y la indolencia de otros, ha tenido sus
virtudes: ayudarnos a sobrevivir y, sin saberlo, de entrenamiento
para lo que ahora estamos enfrentando.
Pero también un
peligroso vicio: el de anestesiarnos o no hacernos tomar en serio
que, como a la rana, sino reaccionamos podemos terminar cocidos o en
tal situación de que recuperarnos ya no nos será posible.
El
correlato económico de esta resilencia colectiva es un país a la
deriva: cada vez más pobre, cada más estrecho, cada vez más
desigual, en las que todxs nos las arreglamos como podemos. Uno donde
el que el PIB caiga -10% es una noticia buena. O en el que zonas
enteras lo noticioso no es que se vaya la luz si no que venga, lo
mismo que el agua, el gas doméstico, la telefonía e internet. Un
país con las reservas más grandes de petróleo pero sin capacidad
de sacarlas (luego de tener más de cien años haciendo exctamente
eso), con la segunda refieria más grande del mundo pero sin
gasolina, que tampoco hay porque unos psicópatas indolentes
entregaron CITGO a un país hostil.
Hasta
es normal que se nos caigan los satélites y no pase nada, ni
siquiera asombre, escandalice o sea merecedor de una explicacion
de parte de los responsables. O que en nuestros adentros sepamos que
lo de ver clases por internet es una idea muy buena y hasta necesaria
pero impráctica para la gran mayoría, pues si no es internet el que
no hay es la electricidad la que falta.
Y
así una larga lista.
¿Puede
abrir la cuarentena las grandes
alamedas?
Desde
luego, la pregunta del millón es si podemos hacer otra cosa distinta
a ser resilentes, en especial ahora que buena parte de nosotrxs ni
siquiera podemos salir de casa. Estoy convencido de que sí, lo que
no significa que sepa cómo. Y en buena parte toda esta perorata es
como una reflexión en voz alta buscando darle respuesta a ese no
saber.
A
propósito de eso, por estos días leí un artículo de Zizek que
planteaba que todo lo que está ocurriendo abre la posibilidad de un
comunismo global, pues la humanidad está puesta en una situación
donde debe decidir entre eso o la barbarie. La parte del comunismo no
me convence. Pero de todos modos debe ser algo muy parecido, pues si
no ciertamente la barbarie -que está a la vuelta de la esquina- se
lo llevará todo.
Reza un conocido clisé que las
crisis son oportunidades si se saben aprovechar. Eso no es cierto
siempre. Pero a veces si. Mi amigo Luis Gavazut dice que la actual
crisis es tan brava que obligará al gobierno a actuar en lo
económico como lo ha hecho en lo epidemiológico. Y entonces tal vez
habría que gritar maoistamente “bendita crisis”. No lo sé Rick.
No estamos hablando de Lenin, Fidel o Chávez, sino de unos maestros
de la dilación y los equilibrios precarios. De verdad, espero que
así sea. Pero como estoy casi seguro de que no, es mejor actuar en
consecuencia con lo que tenemos.
Y lo que tenemos es a nosotrxs
mismos, no como individuos sino como colectivo. Y en esa medida, al
distanciamiento social forzado por las circunstancias epidemiológicas
debemos contraponerle un acercamiento militante.
Si somos conscientes de eso y del
hecho más complejo de que nada de lo que viene augura mejores
tiempos habremos avanzado. Esto no significa que estemos por abrir
las grandes alamedas, pero si al menos algunas callecitas para
avanzar en una dirección de las cosas más sostenibles, menos
egoista y suicida. Necesitamos torcer el rumbo de las cosas. Y
necesitamos hacerlo ya y juntxs. Incluso viéndolo desde una posición
egoista, es decir, incluso si a uno lo que le interesa es uno mismo,
debemos converncernos lo más racional en la actual coyuntura es ser
solidarix y colaborativx, porque en el salvarnos todos está la
posibilidad de salvarnos cada unx.
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