Klein y Friedman en Venezuela
"Si la realidad adopta un curso delirante, debemos tomar ante ella un punto de vista delirante" Jean Baudrillard
La doctrina del shock no la habremos inventado en Venezuela, pero no cabe dudas que aquí, en medio de estos chaparrales, ha alcanzado un nuevo nivel.
La lógica de lo que Naomi Klein llamó doctrina del shock es ampliamente conocida: puestos en situaciones traumáticas, tantos las sociedades en general como las personas en lo particular, somos más propensos a aceptar cualquier cosa, por increible o inaceptable que las consideremos en condiciones normales.
La lógica de lo que Naomi Klein llamó doctrina del shock es ampliamente conocida: puestos en situaciones traumáticas, tantos las sociedades en general como las personas en lo particular, somos más propensos a aceptar cualquier cosa, por increible o inaceptable que las consideremos en condiciones normales.
También en sabido que el genio de la Klein no fue exactamente inventar la categoría, si no dar cuenta de la estrategia concebida en los laboratorios de la Escuela de Chicago, a fin de hacer viables las medidas económicas tremendamente impopulares concebidas por Milton Friedman y compañía. Y aunque esta parte de la historia parece de película de ciencia ficción, en realidad, ocurrió tal cual lo cuenta en su libro, asunto ampliamente documentado. No en balde a la aplicación de esas medidas originalmente se les denominó el ladrillazo, lo que denotaba la acción de aplicar el ladrillo (el conjunto de medidas economicas) como quien lanza uno contra una vidriera: rápido y sin contemplaciones.
Valga decir que estos experimentos, además de tremendamente
crueles, resultaron inútiles desde el punto de vista terapéutico. Los pacientes que dejaban de mostrar los sintomas a
“corregir” lo hacían no porque se "curaran", en el sentido que estuvieran mejor, sino porque quedaban en tal estado
de postración que, orgánica y psíquicamente hablando, lo que desaparecía era todo viso de vida
animada: la catatonia era el precio a pagar para estar “curados”.
En virtud de ello, estas terapias de ortopedia neuro-psiquiátrica quedaron
relegadas en el mundo de la medicida por salvajes e ineficaces. Sin embargo, no
fue así en el de la ortopedia económica. Friedman, como ya
dije, copió el modelo. Y en base al mismo se fue rediseñando el
mundo desde los años 70 en adelante hasta traerlo al curso delirante
que trae hoy. Chile fue el primer laboratorio, en tiempos de la dictadura de Pinochet. Venezuela, la anomalía
que estalló en 1989 e hizo cambiar el curso de las cosas a partir de
1999. Pero ¿qué podemos decir de lo que nos está pasando ahora?
2013: la entrada al laboratorio
Como
dicen los estadísticos, cuando dos eventos recurren una vez puede ser
casualidad. Dos, coincidencia. Pero de tres en adelante ya la cosa se
volvió un patrón. Y eso es exactamente lo que ha venido pasando en
nuestro país al menos desde 2013, en la medida en
que determinados shock políticos-sociales coinciden con profundas
transformaciones económicas (que terminan siendo también sociales y
culturales). Pero no solo coinciden: es que gracias a los primeros no
podemos hacer nada frente a los segundos.
En
el 2013, tras la muerte del Presidente Chávez, comenzó un rally
especulativo de precios y tipo de cambio que terminó a la larga no solo con el orden monetario y cambiario imperante, sino
incluso con la moneda. Pero además, entre guarimbas, violencia
política creciente y desconocimiento institucional, se colaron una serie
de pagos de deuda que acabó con la reservas internacionales
exponiendo todavía más el país a lo que se vendría. El argumento
entonces era reducir el riesgo país y ganar la gracia de los
“mercados internacionales”, evitando a todo costa el default
financiero. El precio pagado fue que evitando éste se cayó en
default social, lo que tampoco evitó el financiero y que el riesgo país alcanzara niveles record.
También
se dijo que se hacía para evitar un bloqueo financiero-comercial y
una posible invasión o confiscación de bienes nacionales en el
extranjero. Pero fue lo mismo: una vez pagada una cifra no del todo
clara aún (entre 70 y 80 mil millones de US$), vino la declaratoria
de amenaza inusual y extraordinaria, las primeras sanciones, y bueno,
ya no tenemos Citgo.
En
diciembre de 2015, políticamente hablando el chavismo pagó
un alto precio: perdió por paliza las parlamentarias, lo que allanó
el camino a la actual AN de la que salió Guaidó, ese ariete del
caos y el shock que ahora padecemos todos.
Pero
antes de llegar a Guaidó ocurrieron muchas cosas: pasamos por una etapa de catastrofismo natural expresado en una fuerte
sequía, con consecuencias en materia de servicio eléctrico y de
aguas, de los cuales no nos hemos recuperado si bien la sequía ya
pasó hace rato. En paralelo, el parlamento inició una
rebelión expresada en un desacato institucional que nos ha traído hasta
la dualidad de poderes del presente. Por esa vía,
entramos en emergencia económica y empezaron a pasar cosas en
materia petrolera y minera. El bachaquerismo llegó para más nunca
irse (evolucionó hasta los actuales bodegones). Y en ese interín al gobierno no se le ocurrió nada
mejor que desmantelar la red pública de alimentación, desde los
Bicentenario hasta las casa de alimentación, justo cuando más los
necesitábamos.
A finales de 2016, Trump ganó la presidencia de los Estados Unidos y la
apuesta caótica se redobló. Entramos a 2017, con unas guarimbas
particularmente sangrientas y dolorosas. A mediados de ese
año, comenzamos a tener una Asamblea Constituyente, lo que coadyuvó a bajar la locura guarimbera pero hasta ahí: lejos
de ser una solución terminó complicando más el rompecabezas
institucional. Con Trump como presidente, también se redoblaron las sanciones en el area
económica. En septiembre se suspendió el sistema cambiario oficial
y quedamos cuatro meses sin nada que lo reemplazara. Se habló de una
canasta de divisas que nunca vio luz. En noviembre entramos en
hiperinflación. Quevedo entró a PDVSA y la producción de la misma
profundizó su caída. Apareció el petro el diciembre. Para enero
2018 ya no teníamos un solo tipo de cambio paralelo sino como cinco
ante la ausencia del oficial, que reanudó operaciones en febrero
hiperdevaluación mediante y ya bajo la lógica de imitar al (los)
paralelo(s) como estrategia para vencerlo (sic). La hiperinflación entró
en calor a medida que lo hacía la campaña por las presidenciales. La dolarización apareció como opción en la propuesta
del candidato opositor Hery Falcón y su prospecto de ministro de
economía, el buitre financiero Francisco Rodríguez, defensor de los
intereses de los tenedores de bonos de deuda de Venezuela y, en tal virtud, uno de
los principales auspiciadores del pago de deuda entre 2013 y 2015. A
la dolarización se le opuso la petrolizacion. Y el bolivar comenzó a
quedar oficialmente en un segundo plano. La hiperinflación seguía
rampante, la producción petrolera palo abajo y el petro, luego de
mucha propaganada, cayó en el olvido y sancionado. Se lanzó una
reconversión monetaria abortada a la primera intentona. Vivíamos solo con un
billete: el de cien bolívares (cuando se le conseguía). Los cajeros
electrónicos dejaron de ser necesarios. El bachaquerismo arreció,
la emigración ídem. Llegamos a julio. La fallida reconversión
monetaria se relanzó acompañada de un Plan de Recuperación
económica. Se puso fin al bolivar fuerte, nació el bolívar
soberano anclado al petro. Se petrolizó el salario, se declaró la
muerte (una vez más) del dólar paralelo. No obstante, el anclaje
monetario y cambiario duró pocas semanas. A los días de lanzado el bolivar soberano se
derogó la ley de ilícitos cambiarios. Y a finales de año el
bolivar dejó de estar anclado al petro y ambos se aclaron al dólar
por la vía del tipo de cambio oficial, que a su vez seguía al
paralelo. El 28 de diciembre -día de los inocentes- el bolívar soberano ya se había depreciado en un 90% a cinco meses de su
nacimiento, lo que debe ser un record de precocidad.
2019: o cuando todo lo que puede estar mal empeora.
A
principios de 2019 aparece Guaidó. Y se declara presidente. Y entonces,
replicándose en lo político lo ocurrido en lo cambiario, comenzamos a
tener dos presidentes: uno oficial y otro paralelo. Inmediatamente
entramos en una situación en la cual las opciones eran una guerra
civil, una invasión militar, que el chavismo se rindiera y
sometiera a un exterminio o todas a las anteriores. De alguna manera nada de eso ocurrió y el conflicto militar se dirimió
en tres esferas cada cual más asombrosa: guerra de memes, de
minitecas en la frontera y en la payasada del golpe de estado con
guacales de plátanos en el distribuidor Altamira.
Pero
mientras todo esto pasaba, en lo económico también sucedían cosas. De una
parte, los hacedores de la política económica optaron por aplicar un
torniquete de liquidez, sumando al electrochoque político que nos
tenía aturdidos una lobotomía monetaria que nos dejó en estado
catatónico.
Y lo de lobotomía monetaria y estado catatónico son
más que simples metáforas. Y es que siguiendo el principio según el cual cortando los vasos comunicates
intra-neuronales se detienen los vaivenes esquizos o depresivos, lo
que se hizo fue asumir que cortando los vasos
comunicantes monetarios los vaivenes de precios y tipo cambio se detendrían.
En honor a la verdad, hay que decir que al menos en lo primero tuvieron éxito, por la simple y llana razón de que al reducirse la capacidad de compra de los salarios se creó un shock de demanda de los hogares que atrofió la agregada y, por tanto, el ritmo de crecimiento de aquellos se relentizó. El precio a pagar ha sido múltiple, pero nos limitaremos a dos: una contracción brutal e inédita del PIB (que debe rondar un 25%) y una liquidación del empleo formal, en especial el público.
En honor a la verdad, hay que decir que al menos en lo primero tuvieron éxito, por la simple y llana razón de que al reducirse la capacidad de compra de los salarios se creó un shock de demanda de los hogares que atrofió la agregada y, por tanto, el ritmo de crecimiento de aquellos se relentizó. El precio a pagar ha sido múltiple, pero nos limitaremos a dos: una contracción brutal e inédita del PIB (que debe rondar un 25%) y una liquidación del empleo formal, en especial el público.
Por si eso fuera poco, en marzo de aquel 2019 comenzaron los
apagones: el país se quedó varios días paralizado sin
electricidad, con todo lo que ello supuso, lo que se dió en varios
capítulos. El lado “bueno” fue que, sin saberlo, lxs
venezoanxs durante aquellos días nos entrenamos para la actual
cuarentena. Como quiera, en medio de aquella paralización en la cual
no había medios para pagar nada (no habían bolivares en efectivo por la
restricción monetaria, ni por vía electrónica dado el apagón), se empezó a hacer más visible un fenómeno
que hasta entonces se expresaba de manera más o menos tímida: la
dolarización de los medios de pago o trasaccional.
Es decir, el
dolar, que ya había arrebatado al bolivar las funciones de reserva
de valor y unidad de cuenta, comenzó a reemplazarlo también
como medio de pago, la última retaguardia que a éste le quedaba. La
dolarización “espontánea” aparecería como el correlato de la
desbolivarización forzada a los que fuimos sometidos.
Y
decimos “espontánea” porque más tarde nos enteraríamos que el
gobierno, que discursivamente se le oponía, había optado por
tolerarla e inclusive promoverla como “válvula de escape” y
confiando en la “autoregulación del mercado” como mecanismo de
defensa ante las agresiones externa y la paralización productiva
comercial. La burbuja decembrina propiciada por las remesas y el
aumento de la velocidad trasaccional de los dólares circulantes
coadyuvó a esta ilusión. Y así, en ese estado de estancamiento
precario alucinado, nos agarró el COVID-19.
2020: y entonces llegó el shock epidemiológico.
En
qué situación estamos ahora? Pues más o menos en la siguiente: este
año ya la economía no se va a contraer “solo” -10% del PIB
(como los panglosianos influencers y coaching oficiales y oficiosos
estimaban airosos) sino al menos -15% e incluso más (-19% estimamos
nosotros). Eso es cinco veces el promedio ponderado mundial. Lo que
podría derivar que a finales de este año tengamos una economia con
solo un 20% del tamaño que tenía en 2013.
Por
otra parte, no sabemos que va a ocurrir con PDVSA, pues entre rumores
que van y que vienen, se habla de una restructuración que pasa por
privatizar procesos esenciales de la industria petrolera. Es decir:
justo este año en que se cumplen 100 de la primera legislación
petrolera venezolana (la de Gumersindo Torres, en junio de 1920)
puede que nos retrotaigamos a tiempos de la New York & Bermúdez
Company. El tema es que no podemos concentrarnos como deberíamos en
este debate ni exigir cuentas, pues, una vez más, Guaidó y Trump
hacen aparición estelar, siendo que no solo del covid 19 debemos
ocuparnos sino de que nos nos invadan. Que de hecho ya lo hicieron, a
tenor al menos de lo que hemos visto estos días con el caso de los
mercenarios varados en Macuto y Chuao.
En
resumen, y para no alargarnos más, este último shock político nos
distrae de lo siguiente: que así como somos uno de los países que
mejor lo ha hecho en lo epidemiológico, somos el único que no ha
hecho básicamente nada en lo económico, que no sea dar los mismos
bonos que ya se venían dando y aprobar unas medidas entre
insuficientes e intracendentes. Y que estamos a punto de dar un
retroceso histórico en materia de legislación y regimen petrolero,
suponiendo sea cierto lo que circula por todas partes en torno a la
restructuración de PDVSA y que nadie ha afirmado pero tampoco
negado.
Y
ya sabemos aquí lo que pasa cuando pasa eso, al menos si nos dejamos
llevar por todo lo precedente.
Posdatas:
- Qué pasará con la gasolina?: si igual tomamos como referencia las tendencia de las cosas que hasta ahora hemos visto y padecido, le tocará transitar un período más de bachaqueo para que termine de normalizarse un nuevo precio, que entonces será reconocido oficialmente siguiendo aquello de que “ya existe en la práctica y la gente está dispuesto a pagarlo”. Cuánto durará ese período es difícil saberlo, pero no debe ser mucho dada la velocidad de los acontecimientos actuales.
- A propósito de la invasión con mercenarios de Guaidó y la alusión a la New York & Bermúdez Company: tal vez no esté de más recordar que esta empresa financió una guerra civil contra el gobierno de Cipriano Castro, también en los años en que potencias militares acosaban al país por el tema deuda. Un conocido banquero de la época hizo de jefe militar de la acción: Manuel Antonio Matos, quien de caudillo económico pasó a ser también paramilitar. A este movimiento se llamó Revolución Libertadora (1901-1903). Y a la larga fue derrotado por Gómez, entonces jefe militar bajo las órdenes de Castro. Sin embargo, en 1908 Gómez da un golpe de estado incruento a Castro. Y entre otras cosas levanta el exilio de Matos y lo nombra canciller formando parte de su gobierno hasta 1913. Matos fue un firme partidario de la diplomacia del dólar y la hegemonía de los capitales norteamericanos. Lo que le sirvió a Gómez para su ajedrez geopolítico, siendo que el andino era simpatizante de los intereses alemanes, sus socios desde sus tiempos de productor cafetero. Como se ve, la historia, como la providencia, suele tener formas variopintas, abigarradas y muy originales de manifestarse. Por eso, cuando las cosas se ponen delirantes, adoptar puntos de vista también "delirantes" no siempre es tan forzado como parece.
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