Cuarentena radical (otra vez): ¿hacia dónde va el Covid_19 en Venezuela? (2da parte)


La nota anterior cerraba con una analogía entre la evolución probable del coronavirus en Venezuela y el cuento del rey que aceptó pagar granos de trigo al sabio que inventó el ajedrez.

La historía -apócrifa- es buena para explicar en qué consiste el crecimiento exponencial de alguna variable. Sin embargo, lo es más para advertir cómo en ciertos escenarios -y en este caso los epidemiológicos- nunca es buena idea subertimar los números pequeños, pues, de la noche a la mañana, se nos pueden transformar en gigantes.

Recordemos de nuevo la historia: Sisa, que así se llamaba el sabio inventa el juego. Y ante la insistencia del rey en recompensarlo, le dice que le pague en granos de trigo, doblando en cada casilla la cantidad puesta en la anterior hasta llegar a la última. Al principio el rey se ofende, esperando le pidiera otra cosa, oro, joyas, etc. Pero acto seguido ordena le pagen antes que el sabio se arrepienta y quiera algo más valioso. ¿Qué podría salir mal? un grano la primera casilla, dos la segunda, cuatro la tercera, ocho la cuarta y así sucesivamente hasta llegar a la 64. Por más que tuviera que darle, sería mucho menos que cualquier otra cosa (¿un saco, dos sacos, tres a lo sumo?) Para cuando se dio cuenta que tenía que pagar 18 trillones de granos al llegar a la última casilla (infinitamente más que toda la producción del reino, y de hecho, varias veces toda la producción mundial actual de trigo) ya era demasiado tarde.

Exponencial no es igual a mucho, pero termina convertido en mucho:
Para entender esta lógica de crecimiento exponencial debemos aclarar al menos dos cosas.

La primera es que cuando se habla de crecimiento exponencial, no se está haciendo referencia a que tal o cual número sea grande, sino que es el comportamiento de la tasa de crecimiento de la serie donde se haya dicho número el que merece tal denominación.

Y la segunda, que en la medida en que lo que importa es la serie numérica y no la unidad tomada de manera aislada, debemos tener presente que aquella que tomemos depende de la anterior. Y que por la misma razón, la posterior unidad podemos preverla de la que hemos tomado. En el caso de las pandemias lo que esto significa, dicho en cristiano, es que el número de contagiados de hoy depende de los contagiados de ayer. Mientras que los contagiados de mañana son los de hoy multiplicados por el factor de contagios propio de la pandemia que estemos considerando, menos los que ya se contagiaron. Todo esto relativizado por la tasa de variabilidad aleatoria propia de todo fenómeno de este tipo.

Dicho así, suena obvio. Y de hecho lo es. Pero además, también pasa que es justamente esto lo que nos han venido repitiendo tanto la OMS como el propio gobierno venezolano, que optó por la cuarentena estricta desde el momento en que apareció el primer caso. Ahora, por esta misma razón es que no se entiende lo ocurrido luego, es decir: por qué en el momento en que había más casos pero además se estaban acrecentando y por tanto las amenaza de contagios masivos eran mayores, el gobierno optó por flexibilizar la cuarentena.

El coronavirus en Venezuela: ¿cómo U invertida o W?

En la anterior nota también decíamos que en los países donde las cuarentenas han venido siendo flexibilizadas, pasa que previamente la curva de la pandemia comienza a tener un comportamiento en un U invertida. Esto es: se alcanza un pico de contagios que comienza a declinar. El problema está que este decline es necesariamente precario, pues al no haber vacuna ni haberse contagiado -y por tanto inmunizado- la mayor parte de la población, las posibilidades de una segunda oleada son en extremo altas.

Es decir, como comentaba la vez pasada, para que el decline de lo contagios pueda ser considerado un óptimo de control epidemiológico, tiene que suponerse la existencia de una vacuna y su distribución en cantidades suficientes para cubrir a la población, lo que brindaria una inmunidad en una proporción de, al menos, un 80%, contando a quienes ya están inmunizados por haberse enfermado y recuperado.
 
En un escenario sub-óptimo sin vacuna, haría falta que un 66% de la población ya esté inmunizada por haberse enfermado. Ya en ese punto, la curva no haría otra cosa que declinar. Es decir, seguiría el contagio, pero necesariamente la tasa del mismo tendería a decrecer porque hay menos gente para enfermarse ya que la mayoría ya lo hizo.
No obstante, estamos muy lejos de este escenario global de dos tercios de la población ya inmunizada. De hecho, los números indican que la "inmunidad del rebaño" no supera el 7%, en el mejor de los casos. Y en la medida que no existe vacuna todavía, es obvio que el escenario óptimo a estas alturas es una utopía.
Incluso Nueva Zelanda, que hace un par de semanas anunció el fin de la pandemia al recuperarse el último caso activo, es esceptica a la hora de asegurar que ya no tiene de qué preocuparse. Ni así, es descartable que de un comportamiento en U invertida se pase inmediatamente a uno en W. En Nueva Zelanda no se ha dado una segunda oleada. Pero si han retornado los contagios.
Un ejemplo de bastante gráfico de lo que estamos hablando es Israel, que reabrió actividades incluyendo escuelas el pasado 14 de mayo tras varias semanas de caída en los contagios diarios cofirmados. Sin embargo, con la flexibilización los contagios se dispararon, lo que incluye decenas de niños y niñas contagiados en los colegios. Veamos:


Un caso similar es el argentino. Desde el 31 de marzo se viene flexibilizando la cuarenta estricta de los primeros días. Sin embargo, el repunte de casos de las últimas semanas está obligando al gobierno a volver sobre sus pasos, sobre todo en Gran Buenos Aires, la provincia más poblada y sede de la capital del país:



En el caso de los Estados Unidos, luego que varios estados encabezados por Texas y Florida levantaron desde mediados de abril las restricciones de los primeros días, el decline de la curva de contagios se detuvo y remonta nuevamente:


Este martes 23 de junio, que es cuando escribo esta nota, Estados Unidos registró su segundo mayor incremento de casos de coronavirus desde que comenzó la crisis sanitaria con un alza de 35.588 nuevas infecciones (el anterior pico fue de 36.426 el 24 de abril). El caso específico de Texas es bastante ilustrativo:



Irán, nuestro nuevo mejor amigo, es otro ejemplo emblemático: tras haber pasado un pico grave de la epidemia, el gobierno decidió levantar las restricciones. Sin embargo, en los últimos días tuvieron un promedio de 100 muertes diarias. Según el ministro de Salud, el principal problema radica en las reuniones no autorizadas. Hoy es de nuevo el décimo país con más casos de coronavirus en el planeta y cuenta con más de 9200 muertes:

 

Si no hay vacuna, la única opción es la cuarentena
En la medida que todavía no hay vacuna y la inmunidad de rebaño es insignificante, la única opción viable para mantener la pandemia a raya son las cuarentenas. De no ser así se corre el riesgo de generar desastres epidemiológicos de proporciones épicas. Dependiendo de cada región, país o ciudad, se puede correr riesgos mayores o menores. Pero de lo único que podemos estar seguros es que mientras no haya vacuna y la gente que no se ha infectado todavía salga a la calle se encontrará con el virus, se contagiará y lo propagará.

Desde luego que las cuarentenas son costosas e implican riesgos en sí mismos. Pero acá hay que hacer control de daños y asumir aquellos costos que son preferible manejar, desde el punto de vista economico pero también ético.

Seguramente, desde cierta perspectiva lo ideal ante la ausencia de vacuna es alcanzar el punto de inmunidad de rebaño. Pero estamos claros que el costo humano de esto es tremendo, en el sentido que literalmente significa sacrificar a unos para salvar a otros, entre otras razons porque los sistemas de salud no se darían abasto para la magnitud de atención que esto significa. También es verdad que siempre podemos apostar a la responsabilidad ciudadana y que si se mantienen ciertos protocolos se puede flexibilizar la cuarentena. El tema es que eso no parece ser garantía, ni siquiera en un país como Suecia, al que todo el mundo tiene como ejemplo de civismo, responsabilidad ciudadana, etc. Allá la apuesta fue por la flexibilidad desde el primer día. Parecía estar funcionado e inclusive se les alababa por ello. Pero en las últimas semanas el panorama ha cambiado drásticamente:



Y nosotro, ¿dónde estamos?
Desde mi punto de vista, la diferencia en el caso venezolano con respecto a la evolución de los acontecimientos en otros países, se explica por dos factores: 1) la pronta actuación del gobierno, que impuso cuarentena estricta apenas se registró el primer caso. Y 2) el “distanciamiento social” del país con respecto al mundo, provocado por el bloqueo y la crisis económica. En este último caso, debemos estar claros que la precaria movilidad internacional en puertos y aeropuertos con respecto a otras épocas, minimizó la llegada del coronavirus. Pero eso empezó a cambiar a raiz del retorno de los connacionales emigrados, tanto los que han entrado por los caminos legales como por los verdes.

El tema es que la flexibilización de la cuarentena coincidió con este retorno, que se produce en las peores condiciones, justo cuando el epicentro de la epidemia se volcó sobre la región (y de hecho, debido a eso). Así pues, una cosa está llevando a la otra. La mayor movilidad de las últimas semanas se encuentra con más vectores del virus, de gente proveniente del extranjero en la oleda de retornados. Como consecuencia, la curva de contagios locales sube apalancada por la de “importados”. Pero inmediatamente esos casos locales alimentan su propia curva de contagio, mediante la forma de transmisión que el gobierno llama “comunitaria”. Y como en el cuento del trigo y el ejedrez, lo que eran números pequeños comienzan a crecer exponencialmente.



Como se puede ver en la gráfica, al contrario de los casos de los otros aíses anteriormente vistos, al momento que se flexibiliza la cuarentena  las curvas de contagio no venían declinando. De hecho, estaban comenzando a repuntar, tanto los "importados" como los locales. Valga aclarar que en esta contabilidad reúno en la categoría “locales” todos los contagios que se producen en el territorio nacional, tanto los que el gobierno llama “comunitarios” como los que llama “por contacto con viejero internacional”. El asunto es que a partir de entonces la tasa de contagio comenzó a acelerarse, si bien en mi criterio el repunte que estamos observando ahorita no es todavía el de la flexibilización. O al menos no en su mayor parte, contando el desfase que se produce entre el contagio de la persona y la aparición de los primeros síntomas (entre cinco y diez días, tiempo en el cual pese a su asintomaticidad, el portador igual contagia), más el delay que hay entre que se realiza la prueba molecular y se dan los resultados de confirmación, que son los que se anuncian todos los días pero que en algunos casos tardan hasta dos semanas en generarse. 
 
Fíjense acá como se viene acelerado la tasa de contagios. Aproximadamente dos meses y medio tardó el número total de contagios confirmados en llegar a los 1 mil. Pero solo bastaron 23 días para que la cifra superara los 4 mil. Los casos locales tardaron un mes y una semana en llegar a 100. En dos meses ya superan los 1 mil:


Preocupa lo de los focos, siendo el más grave el del Zulia, no solo por la cantidad de contagios y muertes, sino porque al tratarse de un mercado municial -el de Las Pulgas- ha irradado fuera del estado hacia todo el occidente del país, lo que puede implicar que por la vía del suministro de alimentos llegue a otras partes, si es que ya no lo hizo. También en Caracas hay focos activos dignos de prestar atención, como el de La Vega, zona de difícil acceso para las autoridades por el tema de las bandas paramilitarizadas, pero que además conecta y permea con otros barrios como la Cota 905 y El Valle, por la parte alta, y con El Paraiso-Montalban, por la parte baja. Está también el foco de Baruta y el recientemente detectado en el automercado Plaza de El Cafetal, así como otro en Caricuao en extremo peligroso por la densidad de población.

Como dijo la Vicepresidenta Delcy Rodríguez ayer, urge romper las líneas de contagio, como se hizo al inicio. El tema es que para esto debe meter a las personas de nuevo a sus casas, lo que luce en extremo complejo al menos por dos razones: 1) la precaria situación económica de la mayoría de los hogares, que el gobierno subestima cuando no ignora olímpicamente. Y 2) el hecho que mucha otra gente está repitiendo en lo privado el mismo error que el gobierno cometió en lo colectivo, esto es: pensando que si a estas alturas no ha pasado nada significa que ya no pasará, que lo peor pasó.

En la medida en que es más fácil predecir y por tanto prevenir lo macro que lo micro, apelar a la responsabilidad individual en este momento no está de más, pero es insuficiente si no se reducen las razones macras por las cuales la gente está saliendo de sus casas. Y la principal de todas las razones es la económica: la mayoría debe -debemos- salir a generarnos los medios para subsistir, eso sin contar a los que están siendo llamados a trabajar sometiéndose a periplos de movilización altamente riesgosos. Y para reducir eso lo que se necesita es de una política de subsidios a las familias mucho más agresiva y regular que la timidez de las transferencias que se viene haciendo. Luego de eso, si la gente sale a hacer fiestas y cosas, es más fácil neutralizarlo y controlarlo con la fuerza pública. Pero mientras haya el flujo de gente que todavía se observa en las calles yendo a trabajar pese a la “cuarentena estricta” revertir la tendencia será complicado, por decir lo menos.

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